lunes, 25 de marzo de 2013
Un día como cualquier otro
Fue un día especial y banal a la vez, un día cargado de historias, de caras, de sonrisas, de intensidad, de alegrías y desesperanza. Un día que quiero compartir porque ilustra perfectamente lo que representa la “ruta” para los vagabundos que somos.
Este día empieza en la frontera mexicana de Laredo. Son las 7 a.m., la frescura de la mañana envuelve la aurora. Nos acabamos nuestras reservas, algunas frutas y dos tamales, últimas delicias de la cocina mexicana. Unos dólares para la frontera es el monto obligatorio y no negociable para poder poner los pies en suelo estadounidense.
La mayoría de las fronteras que he conocido en mi camino son solo formalidades, un derecho de paso, un límite que sería invisible si no fuera por los aduaneros adormecidos en su pequeña caserna. Pero esta frontera es diferente, nadie duerme. Todos están al acecho y por una vez, el puente que separa los dos países aparece como un verdadero pasaje que divide dos mundos. En efecto, entre más avanzamos, el caos ruidoso y agitado de una mañana mexicana se aleja para dejar lugar al silencio ordenado. Nos cruzamos con algunos vendedores de golosinas pillamente sentados en medio del puente, última oportunidad para vender sus baratijas...Un metro de más y serían desalojados por la policía. Las calles estrechas llenas de basura y sin banquetas ceden lugar a avenidas limpias, espaciadas, rodeadas de césped bien cortado. La mayoría de la gente que vemos es mexicana pero parecen bastante diferentes a sus compatriotas del otro lado. Realizan sus ocupaciones silenciosamente respetando el orden establecido. No hay bocinas usadas chisporroteando música gangosa, no hay el tipo raro que se acerca para vender unos dólares, no hay perro errando renqueando en tres patas en búsqueda de un pedazo de pollo. En tan solo unos metros tenemos la impresión de haber pasado a otra dimensión.
En México, para pedir ride hay que caminar a la salida de la ciudad y esperar al borde la ruta con el pulgar levantado.
En Estados Unidos, la dinámica es diferente. Para empezar hay que conseguir un pedazo de cartón y escribir la destinación pues eso ayuda dándole confianza a la gente, pues no somos simples vagabundos que erran sino viajeros con un objetivo preciso. En los “freeway” están prohibidos los peatones, entonces hay que encontrar una entrada y esperar que un carro se pare. Es una empresa difícil en la ruta hacia el norte. A pesar de que tengo la piel muy blanca y el aire de hippy, todos me ven como un inmigrante que escapó milagrosamente de las patrullas policíacas que de hecho, no cesan de pasar frente a nuestras miradas curiosas....los automovilistas nos hacen señas simpáticas pero ninguno se para
6 horas más tarde, seguimos esperando en la entrada de la”35 North” que va directamente a San Antonio. Hemos intentado tres entradas diferentes y no es hasta el momento en que perdemos esperanza que Yazmín trata de convencerme que tomemos el bus y que un mexicano para su carro. Puede llevarnos 15 km más lejos a una gasolinera, un “truck stop” donde los traileros esperan indicaciones. Jessie, traducción más “cool” de Jesús salió hace tres semanas de prisión pero trata de convencernos de su arrepentimiento. Encontró refugio en Dios, va a la iglesia y cuida a sus hijos, una de ellos tiene 15 meses. Desgraciadamente sus palabras no reflejan más que un poco de sus acciones y cuando la policía se acerca, se apresura a terminar la cocaína que lleva consigo mientras maneja.
El agente de seguridad de la gasolinera no nos deja ni cinco minutos antes de salir corriendo- Los vagabundos están prohibidos en la estación y peor aún si “molestan” a los clientes. Caminamos pues algunos metros hasta la entrada del “freeway” y esperamos nuestra suerte. 30 km más lejos los aduaneros plantaron un punto de control y nos preparamos a una larga espera. Por lo tanto, un tráiler termina por desviarse de su ruta. Max, un ruso que habla solo un poco mejor que nosotros el inglés nos da la bienvenida con cuatro palabras que repite con insistencia: “you got green cards?”
Mentimos sabiendo que no tendremos problema con los papeles y pasamos la aduana rápidamente. Max es amable pero las discusiones breves, pasa su tiempo en el teléfono chapurreando en ruso todo tipo de historias de las que, de vez en cuando interceptamos una palabra en inglés. Nos conformamos con la música “dance” de los noventas que escucha y contemplamos la larga ruta rectilínea que se expande hasta el horizonte. Max ha pasado 10 años en Estados Unidos y no extraña Rusia. Se volvió a casar y se gana bien la vida. No sabremos nada más.
300 km y una siestita después, llegamos a San Antonio. Las seis horas de espera en la mañana parecen haber agotado nuestro capital de paciencia y tan solo 10 minutos de espera que un mexicano nos lleva a la ruta para Austin, después una mujer de unos 50 años toma la releva. A las 6 de tarde estamos a unas 50 millas de Austin. El crepúsculo cae lentamente sobre nuestras esperanzas pero estamos contentos de haber llegado tan lejos ese día. Como siempre, la paciencia es recompensada en el arte del Auto-stop. Además, dos minutos después de que Tamara nos deja en la gasolinera, un pelirrojo al volante de una pick-up azul se para y nos pregunta a dónde vamos.
Este pelirrojo se llama Zach, tiene 24 años, de buen porte, una silueta como la que imaginamos de los vikingos de otros tiempos, la piel blanca casi traslúcida dejando ver sus venas azules, dos tatuajes en sus pantorrillas representando a Toutankhamon y Ankh, el símbolo de la fertilidad egipcia, otro en el pecho que muestra el ojo de Horus, y un cristal que le cuelga al cuello. Nos invita a entrar al caos de su vehículo con una gran sonrisa que descubre dientes amarillos. Nos explicará más tarde que es porque su mamá trabaja para un dentista y que los hijos de constructores siempre tienen las peores casas! Sus primeras palabras son dedicadas a sus orígenes: una mezcla sutil de raíces israelís y escocesas.
No va a Austin pero no nos dejará dormir en una gasolinera y nos invita a pasar la noche en su “camper” una caravana que renta al borde del río. Primero nos lleva a la corte de justicia de San Marcos. A pesar del hecho que este pueblo cuenta con no más de 50 000 habitantes, la justicia se ofreció un edificio inmenso con aires de parlamento...es el edificio más grande de la comunidad. Su “homie” versión gringa de “cuate” está en un “meeting”. Esta reunión es un tipo de cita obligatoria semanal para los que están a prueba. Dax, un joven esbelto y de cabello negro está a prueba desde hace 5 años por un asunto de transferencia de marihuana entre California y Texas. Durante este periodo de prueba, supuestamente tiene que respetar la ley al pie de la letra bajo el riesgo de ir a prisión. Como lo veremos pronto, no lo hace...es suficiente -nos dice- con pagar 110 dólares al mes y 50 más en cada reunión- “a good way for them to make money” nos comenta. “cuesta más barato que meternos en prisión y además ganan dinero” Dax está fascinado por el DMT y sitúa esta droga en el rango de descubrimientos espirituales más importantes en la historia de la humanidad. A pesar del hecho de que Yazmín y yo no tomamos ninguna droga, nos liamos todos de amistad. La noche es fría, el invierno no se ha terminado y estamos contentos de no estar en la calle en esos momentos.
Como prometido, Zach nos invita a su camper al borde del “canyon creek”. Nos deslizamos en la ruta al ritmo de su música dubstep, Zach es fanático de la música electrónica que escucha a través de su Iphone. El Iphone es un objeto que parece haberse vuelto indispensable en la vida de los ciudadanos norteamericanos. Todos tienen uno y como lo afirma tristemente Zach: “I can’t live without this shit”.
El lugar está bastante esterilizado, un gran campo talado en medio de un bosque al borde de un río, un pasto bien cuidado y decenas de caravanas alienadas en parcelas de 16 metros cuadrados. Paga 300 dólares al mes por el agua y electricidad. La mayoría de los habitantes de ese lugar son jubilados que vendieron sus casa y viven de su jubilación en sus “RV” enormes campers de lujo.
Zach es un personaje interesante, su adicción a la marihuana, sus tatoos, son estilo vestimentario, todo lo que hace un joven alternativo y por lo tanto pone bien al frente orgullosamente su naturaleza de texano! No es estadounidense, es texano y le gustan las armas. Defiende ardientemente el porte de armas para la defensa del ciudadano. Tiene un rifle de un metro aproximadamente que “duerme” a lado de su cama en permanencia y todo un arsenal de cuchillos. A pesar de todo eso, es un tipo abierto de espíritu y sin prejuicios. Nos acepta tal y como somos, lo mismo de nuestro lado sin duda. Unas cervezas, un último porro y nos invita a dormir.
Esta jornada se termina en un sofá bajo espesos cobertores al interior de su camper y escuchando “rain and thunder” (lluvia y relámpagos). “No puedo dormir en silencio” nos dice como buenas noches. Un día común y excepcional a la vez, como lo son todos los días en la ruta. Y lo que la vuelve excepcional no es tanto la gente que conocemos o los lugares que visitamos, pero esta intensidad presente en cada paso. Las alegrías y los temores se mezclan a lo largo del día en un remolino de sensaciones que nos recuerdan constantemente que es bueno vivir.
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Perfecta aventura para describir en un día lo que el espíritu estadounidense transmite.
ResponderEliminarLos leo desde Colombia! Un abrazo
saludos desde Colombia
EliminarCUANDO ANDEN POR MONTERREY MEXICO , A DOS HORAS DE LAREDO, PASEN A DESCANSAR EN SU CASA CERCA DEL CAÑON DE LA HUASTECA, manen UN CoMENTARIO AL REPOYO@gmail.com y estare al pendiente para moverlos
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