Teníamos el sentimiento que el ferry nos acercaba a una isla del Caribe cuando llegamos a Guyana, el único país de América del Sur donde hablan Inglés- independizado desde 1966-. Más de 750 000 de habitantes viven aqui y uno de ellos, el oficial de la aduana, quería saber que profesión tengo: “Humano” le respondí y él comenzó a reir. A la cuestión de cuánto dinero llevábamos sólo podíamos decir “nada” y después de esto selló el pasaporte con una gran sonrisa y llamó al siguiente. La sociedad es principalmente procedecente de India y África y blancos no vimos hasta que entramos a la capital. Estuvimos fascinados de la cultura tan variada, abierta, amable e impresionados de la mezcla de mezquitas, templos hindúes así como iglesias de varias confesiones que vimos al lado de la única calle hacia Georgetown.
Todo parecía pacífico y la gente nos daba la bienvenida en cualquier lugar donde pasábamos. También aquí nos dijeron que era muy difícil hacer auto-stop pero todo el contrario, una buena alma después de la otra se paraban para nosotros y fue un placer comunicarnos libremente con la gente tan interesada y curiosa en nuestro proyecto. La temperatura era perfecta y con el viento de la marcha pasamos, dentro y fuera de los coches, las infinitas casas de madera que había a los dos lados de la calle.
Nos dijeron que en el país todos tienen casa y nos pareció cierto. Además vimos una gran cantidad de animales libres bloqueadno el tráfico: vacas, caballos, cabras y otros inmovilizados en medio de la carretera y los conductores tenían que esquivarlos para no causar accidentes. De repente nos encontramos en la parte trasera de un gran camión que en general transporta más de 40 toneladas de árboles, pero esta vez sólo nos transportaba a nosotros ; era un placer sonreir y recibir sonrisas y buenas vibras de nuestros hermanos y hermanas que nos vieron, qué país más lleno de vida! Así disfrutando del paisaje a toda velocidad que veíamos en el retrovisor escuchamos un fuerte ruido y bruscamente después dimos un salto porque habíamos perdido la eje Por suerte nada nos pasó en este primer accidente del viaje. Curiosamente a nuestros conductores les pareció la cosa mas común del mundo y sin prisa, estrés o rabia intentaron reparar su camión! Con otro vehículo llegamos al final a Melanie, un pueblo 20km antes de la capital y pasamos una noche muy interesante con un Rastafari y la gente local que nos hicieron un hueco para dormir abajo de su casa con los puerquitos. Por la mañana tuvimos un segundo accidente pero esta vez en una camioneta vacía que perdió también su eje y que precipitó hacia el canal al lado de la calle. Sólo había daño material y nos sentimos felices por la buena estrella que siempre nos acompaña y más desde que llegamos a la Georgetown. El centro antiguo nos gustó mucho, tan tranquilo y pacífico, casas de madera, muchos árboles y poca gente, era domingo, y nos refrescamos un poco dentro de la iglesia de madera más alta del mundo. El 50% de la población es cristiana pero solo 7% son católicos así que poca gente estaba presente en la misa católica. Paseando por las calles escuchamos fuertes prédicas (“Ohhhh Jesus”,“Halleluja”...) a través de megáfonos gigantes desde una de los numerosos iglesias evangélicas llenas de creyentes sentados en sillas de plástico.
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Este enclave caribeño y país prácticamente desconocido para el turismo, la población se dedica al cultivo de arroz y a la extracción y explotación de oro, diamantes, bauxita y madera. Hace un calor intenso y los mosquitos no se andan con contemplaciones. Los nativos hablan con un hermético acento inglés. Una de las mañanas, fuimos a dar una charla a un orfanato varonil islámico. Yo (Nieves Palmer, la novia de Raphael) me dediqué a fotografiar la curiosidad suscitada mientras Raphael y Benji hablaban de este viaje (humano e infinito) que celebra ya más de siete meses y medio de vida. Lo cierto es que los niños (de edades comprendidas entre los siete y diecisiete años) no hicieron demasiadas preguntas pero sí se mostraron muy atentos. Compartir esta experiencia con los mas jóvenes puede resultar muy positiva, porque ellos, con sus mentes abiertas y puras, son el futuro, el mañana, el despertar.
Reciclar comida no suele ser habitual. Para ello,hablamos con los responsables de los establecimientos que muy amablemente compartieron algo con nosotros. En una ocasión, nos pidieron algo con lo que pudiéramos identificarnos, y yo, al no entender del todo la pregunta, les mostré el articulo de prensa de Forward the (R)evolution publicado días atrás por uno de los periódicos locales.
Las frutas son un tesoro al paladar, en Europa no saben igual por mucho que puedan importarse de estas latitudes. Benji es un maestro cocotero y nos deleita, cuando tiene ocasión, con fresco coco tostado. Que sabor! Que delicia!
En un local vegetariano encontramos a un dueño que compartía visiones con nosotros y nos habló de un padre cósmico. Nosotros preferimos hablar de una Madre Tierra.
Como he comentado, no hay demasiado turismo pero sí coincidimos con extranjeros afincados en la ciudad y alrededores: personas voluntarias que trabajan principalmente con comunidades indígenas (Amerindios) para la conservación de la selva y la capacitación en el autodesarrollo. Para quienes tengan una mayor curiosidad os dejamos aquí su pagina web: www.vso.org.uk
Los días en la capital los pasamos en la casa de una bella australiana, voluntaria y couchsurfista que nos brindó su hogar para nuestra total libertad de movimiento. Gracias Charlotte.
Guayana es hermosa pero tiene un serio problema: la basura que se acumula por todas partes y la nula gestión de residuos. Es realmente alucinante ver como los propios autóctonos no tienen ningún reparo en arrojar la porquería a la calle, al mar, a los ríos...incluso hay veces en que en plena vía se ven (y se huelen) improvisados crematorios de desperdicios o, mucho más incomprensible, se hace un agujero en la tierra y se aboca todo dentro. El presidente del país Bharrat Jagdeo, parece estar iniciando una campaña pro ambiente que anhelamos coseche sus frutos prontamente.
Para salir del país nos despedimos de nuestros amigos con los mejores deseos y las mejores sonrisas y cargamos nuestras ligeras mochilas. (Para que una chica pueda viajar libremente existen alternativas ecológicas a los tradicionales apósitos menstruales, que forman parte de mi propio equipaje portátil).
Uno de los primeros coches que nos tomó, nos llevo hasta un pueblo, Linden, casi al final del mismo, donde comienza la única carretera que conecta Guayana con Brasil (optamos por esta ruta porque la frontera Guayana-Venezuela no está demasiado clara. Entre los dos países existe una zona, Guayana Esequiba (Rio Esequibo) de aproximadamente unos 167830 km2 de extensión, reclamada por Venezuela actualmente y llamada Tierra de Aguas).
El pueblo guayanés es amable, hospitalario y generoso. En una ocasión quisieron darnos dinero , que evidentemente, no aceptamos. Siendo algo no habitual en un restaurante chino, nos prepararon un plato caliente y durante un paseo nocturno conocimos al dueño de un bar que nos ofreció agua y una casa donde pasar la noche, la casa de su hermano menor, que nos recibió de una manera sorprendentemente natural, sin apenas hacer preguntas.
A la mañana siguiente no tardamos mucho en tener un ride. Viajamos, irónicamente (siendo vegetarianos), encima de cadáveres de animales muertos en la parte posterior de una camioneta, fuimos testigos de un soborno policial, observamos el lento caminar de un perezoso y tuvimos un contratiempo con la dirección del vehículo.
Sin saber muy bien cual iba a ser nuestro siguiente movimiento, la vida nos cruzó con otras personas que tenían espacio en su camioneta y nos llevaron un poco más cerca de nuestro destino. Nos detuvimos en un bar de carretera, mas próximos a la frontera con Brasil, donde la hermana-camarera del conductor se encargó de procurarnos alimento durante el día y la tarde de espera. La mayoría de camiones que se dedican al transporte de madera se detienen allí a pasar la noche. Antes de irnos a dormir ya teníamos apalabrado un ride con uno de ellos.
A las tres de la mañana nos despertaron y casi dormidos recorrimos 120 km en 4 horas en la parte posterior de un furgón junto a barriles de gasolina. La carretera no conocía el asfalto y nuestros culos se vieron bastante resentidos, lo cierto es que ha resultado el trayecto más bacheado en 15.000km. El viaje fue entre estrellas y vimos el amanecer atravesando la frondosidad de la jungla.
Llegamos a otro puesto de carretera donde muy amablemente nos ofrecieron un café para desayunar y recuperar energías. También vimos buitres posados en arboles gigantes esperando algo, o alguien, que comer.
Reemprendimos el viaje a pie y escuchando animales tras el follaje encontramos al responsable de las lanchas que atraviesan el río. Tras hablarle del viaje, nos tendió la mano y cruzamos al otro lado. Allí nos bañamos y lavamos nuestra ropa, que con el sol tan fuerte que imperaba se seco rápidamente. (Los chicos hacia varios kilómetros que no se topaban con un río limpio y caudaloso).
El siguiente paso fue un control policial donde revisaron nuestros pasaportes y donde nos convidaron a a té helado. Al continuar la marcha nos topamos con el Parque Nacional Iwokrama; allí nos explicaron que desde hace 20 años trabajan para proteger la selva y procurar que la tala de árboles se realice de la manera más sostenible y con la menor influencia a la flora y fauna del lugar (Curiosamente allí trabajaba la mujer del barquero). Disfrutamos muchísimo de la Naturaleza en este capítulo.
Esa noche la pasamos en una comunidad indígena Amerindia donde observamos un comportamiento masculino alcoholizado y algún que otro indicio del papel desigual de la mujer. Un matrimonio con sus tres hijas hicieron espacio en su casa y en sus corazones para tres europeos ecoviajeros. Les preguntamos acerca de Europa, a lo que contestaron: “allí viven los ricos, aquí, los pobres”. La casa era muy humilde pero nos acogieron con lo que tenían y nos ofrecieron un techo, un colchón y una mosquitera. La cocina estaba construida apartada de la vivienda, así como el aseo y el wc, que se resumía a un pequeño trono de madera en el jardín.
El marido y los amigos de éste organizaron una pequeña fiesta (con banda sonora reggae de únicamente tres canciones que se repitieron hasta la saciedad) hasta la seis de la mañana, momento en que nosotros nos despertamos. La esposa nos preparó una especie de buñuelos para desayunar y unos cuantos más para el camino. Guayana tuvo gestos muy amables para con nosotros todo el tiempo.
Unos de los conductores de Iwokrama nos llevaba a la ciudad siguiente cuando nos vimos obligados a detener el todoterreno (el de Bin Laden, según nos comentaron). El camino era impracticable debido al barro (época de lluvias). Allí nos quedamos como unas tres horas mientras intentaban rescatar un camión prácticamente sumergido. Allí parados tuvimos la oportunidad de hablar con otros conductores y encontramos a un brasileño que iba directamente a Lethem. Perfecto, nuestro destino por el momento.
Cuando en movimiento se retomó cambiamos de automovil y viajamos unos 100km. Las carreteras eran un verdadero caos, embarradas, inundadas y, en ciertos tramos, paralizadas. A pesar de todo ello llegamos aun de día a Lethem. Este brasileño era poco hablador, llevaba un arma enganchada en su cinturón y una lavadora, con lo cual, sospechamos que traficaba con oro y/o diamantes, además, cuando bajamos del coche revisó sus pertenencias por si le habíamos robado. Era la primera vez que alguien se mostraba desconfiado con nosotros en el país.
Reciclamos comida ya con sabor brasileño y pasamos la noche bajo el techo de un hotel que nos facilito acceso a internet por unas horas.
Al día siguiente por la mañana, unos militares nos condujeron a la aduana del país para que autorizaran nuestra salida y cruzamos a pie el puente que separa Guayana de Brasil y viceversa.
Brasil nos da la bienvenida (de nuevo). Gracias Guayana por haberte dejado descubrir.
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